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miércoles, 23 de febrero de 2011

El texto como unidad mínima de análisis

Msc. Luis Cuéllar


   Debido a la multiplicidad de perspectivas y al número de propiedades que pueden observarse en su descripción, los textos han sido desde tiempos lejanos motivo de análisis para los investigadores del lenguaje. Los antecedentes en su estudio se remontan a miles de años atrás, y en este sentido, por ejemplo, el interés por preservar formas lingüísticas populares favoreció, cinco siglos antes de Cristo, el análisis gramatical y fonético de textos religiosos en la India o el reconocimiento y evaluación de las funciones estético-persuasivas de los textos literarios por parte de la poética y retórica clásicas grecorromanas. Sin embargo, a pesar de que la herencia gramatical, filosófica y filológica de esas culturas se extendió durante la Edad Media, el Renacimiento e incluso hasta los tiempos modernos (Arellano, 1979), el abordaje del texto como primordial unidad de análisis lingüístico sólo se lograría consolidar a partir de la segunda mitad del siglo XX (gracias al auge que cobraron los estudios del discurso en Francia a mediados de los años sesenta y al advenimiento de la Lingüística del Texto desde la década del setenta).

   A partir de entonces se empieza a cuestionar la marcada orientación estructuralista cuyas fronteras no iban más allá del análisis oracional. Las nuevas investigaciones que surgieron a partir de ese período reconfigurarían el centro de interés hacia el texto como acontecimiento de acción e interacción humanas. Con el arribo de la Lingüística del Texto se superaron las restricciones teórico-metodológicas de la lingüística estructural y de la gramática generativa (orientadas éstas últimas al conjunto de reglas que subyacen en un sistema, independientemente del uso o de los aspectos pragmático-comunicativos). Sin duda, ese cambio de orientación estuvo influenciado por el carácter interdisciplinario de algunas ciencias interesadas en establecer modelos socio-cognitivos alrededor de los textos; de esta forma, la psicología social, la pedagogía didáctica, psicología cognitiva, sociología, jurisprudencia, psiquiatría, entre otras, empezaron a reflejar la riqueza de los datos provenientes del contexto comunicativo humano. Poco a poco, entonces, se reconoció el valor de estudiar a los textos en sus respectivos ámbitos específicos, esto es, en su natural contexto de producción y recepción. Este impulso cobró más fuerza en la época actual, cuando se hizo patente el aporte de las ciencias del lenguaje para comprender mejor las relaciones profesionales y laborales en la sociedad (Payrató, 2003).

   En definitiva, se reformuló el anclaje teórico sustentado en la abstracción idealizada del sistema por una revisión del contexto de situación o, en términos de una semiótica social, «por el modo en que el lenguaje cotidiano ordinario transmite los modelos esenciales de la cultura» (Halliday, 1982: 72). A raíz de las investigaciones que tomaron curso con la Lingüística del Texto, se evidenció la necesidad de definir y delimitar ciertos principios constitutivos de la comunicación textual.


Referencias: 

Arellano, F. (1977). Historia de la Lingüística. Tomo II: Bajo el signo del estructuralismo. De Saussure a Chomsky. Caracas: UCAB.

Halliday, M.A.K. (1982). El lenguaje como semiótica social. México: Fondo de Cultura Económica.

Payrató, L. (2003). De profesión lingüista. Panorama de la lingüística aplicada (2a. ed.). Barcelona: Ariel.

jueves, 17 de febrero de 2011

¿Es posible una lingüística científica que no tenga que someterse a los principios de la epistemología estándar?

Msc. Luis Cuéllar

  La respuesta no es sencilla, sin embargo, los enfoques de los desarrollos científicos más recientes en la física moderna, dejan entrever la posibilidad de abordar otras disciplinas o áreas del saber humano a través de nuevas vías epistemológicas, ya no regidas por el método axiomático-deductivo de la ciencia estándar. Para ello, los lingüistas deben estar en capacidad de asumir una concepción distinta sobre su objeto de estudio: el lenguaje, bajo una óptica alternativa y diferente que posibilite replantear los tradicionales paradigmas científicos estructuralistas.

  Se trata de escudriñar en las complejidades de fenómenos hasta hace poco incomprendidos y que sólo, a la luz de las reformulaciones teóricas de la ciencia moderna, comienzan a vislumbrar una lectura válida en la descripción de comportamientos aparentemente inestables o azarosos en la lingüística.

  Una de las principales preguntas que surgen a raíz de este giro epistemológico (giro promovido, principalmente, por los estudios del falsacionismo, el azar, la relatividad, la mecánica cuántica y las teorías del caos en el siglo XX) es aquella vinculada a la aproximación de los objetos complejos en la ciencia de la naturaleza. Si la lingüística ha seguido muy de cerca el avance de dichas ciencias (aplicando, en muchas ocasiones, sus principios y leyes para resolver problemas que, aparentemente, no tendrían solución con las técnicas desarrolladas por la propia lingüística) ¿por qué no habría de considerar los revolucionarios métodos que proponen estas ciencias para evitar la idealización o reduccionismo metodológico de fenómenos complejos?

  Si bien es cierto que en el pasado la ciencia estándar no contaba con medios de aproximación a dichas complejidades -lo cual determinó una concepción científica basada en el rigor, precisión, determinación y predictibilidad de hechos simples y cuantitativamente medibles-, en la actualidad ha podido aplicar a las situaciones aleatorias e indeterminadas, un análisis cualitativo que redunda en un nuevo proceso creativo de hacer y teorizar en ciencia. ¿Por qué entonces no suponer que, desde una vía alternativa, no determinista ni reduccionista, fenómenos complejos, dinámicos y abiertos, podrían ser igualmente abordados para lograr una aproximación científica de aspectos como la gramática del texto o la creatividad lingüística?

  Tal posibilidad radica en la capacidad de afrontar el estudio del texto desde una posición global y desde una teoría de la diversidad cualitativa, así como de la innovación e intercambio entre las condiciones que hacen operativas las dificultades empíricas y teóricas de la lingüística del texto.

  Sin duda, las manifestaciones reales, patentes, en el análisis del texto como objeto de estudio, no llegaron a ser consideradas por la Gramática Generativa u otras corrientes lingüísticas, quizás por ese rasgo natural o concreto que se oponía al criterio abstracto e idealista del análisis sintáctico oracional. No obstante, nadie podría discutir el grado de adaptabilidad, amoldamiento o adecuación de la Gramática Generativa como disciplina científica que ha demostrado flexibilidad ante las reformulaciones y críticas epistemológicas. Vale la pena acotar al respecto, lo siguiente: Noam Chomsky ha demostrado a través de una constante evaluación y revisión, que la Gramática Generativa posee una capacidad de predicción capaz de hacer factible la falsación de ciertos principios de su teoría, mas no de toda la teoría en sí, lo cual la haría partícipe del grupo de características que conforma a toda ciencia estándar. De ahí que las críticas que se puedan hacer al generativismo, deben partir de un campo que no es estrictamente lingüístico, sino más bien del campo de la psicología cognitiva (aspecto éste que siempre aclaró el propio Chomsky a la hora de definir su objeto y metodología de estudio; claro está, una mente tan acuciosa como la del autor de Estructuras Sintácticas no negaría jamás que existen otros temas dignos de ser abordados por los investigadores del lenguaje).

  Por otra parte, dar el salto de la oración al texto, suponía estudiar una serie de indeterminaciones ligadas precisamente a la conflictividad de no contar con una teoría sólida de las tipologías textuales y sus correspondientes contextos de uso. Tampoco podríamos asegurar que una teoría de la tipología textual se evidencia en la actualidad; sin embargo, investigadores como Enriquez Bernárdez (1995), autor de la obra aquí reseñada, plantean, a través de un enfoque cognitivo, una discusión sobre la posibilidad de sistematizar modelos gramaticales para el texto y similares a los de la metodología aplicada en la construcción de modelos fonológicos, morfológicos y sintagmáticos oracionales, es decir, modelos universalmente aceptados como para el caso de la Gramática Generativa.

  La manera más técnicamente adecuada para acceder a esta gramática del texto, y lograr que adquiera la categoría de científica, estaría ligada a los nuevos hallazgos del estudio general de los procesos, de la Teoría de la Acción o de la Teoría de las Catástrofes. Esta última teoría, la caología creada por René Thom, parte no de precisiones predictivas, lo que a primeras luces evidencia una imposibilidad de estudiar el texto según los principios o características de la Gramática Generativa, sino de campos de indeterminación y de procesos mentales subyacentes en la información producida por los textos en ámbitos específicos, reales y concretos. La idea es poder describir el dinamismo de las variables internas de un texto y sus respectivas variables externas, lo que, al contrario de la estabilidad estructural de los sistemas estáticos (por ejemplo, el sintagmático oracional) supone una ambigüedad estructural que sólo podría ser equilibrada con prototipos o estereotipos de situaciones comunicativas dadas. Precisamente porque el texto es un objeto fundamentalmente continuo que propicia estados de procesos graduales y no lineales en su construcción e interpretación, la Teoría de las Catástrofes ha venido a intentar resolver su complejidad a través de enfoques cualitativos y probabilísticos.

  Podríamos señalar, entonces, que el texto (entendido como el resultado de un proceso creativo en el uso del lenguaje) no se apega a los métodos tradicionales capaces de establecer predicciones exactas, pues, desde el instante en que el contexto interactúa con las variables internas, el equilibrio o estabilidad estructural del sistema se fractura. Sin embargo, es importante aclararlo, los sistemas dinámicos y abiertos, generalmente llegan a alcanzar un estado de equilibrio por encima de las alteraciones catastróficas, es decir, precisan de sistemas de auto-regulación por medio de la coherencia y cohesión discursiva como estrategias para mantener la progresión temática y el proceso comunicativo global de todo el texto. Quien más se ha acercado a esta realidad, es la Lingüística Cognitiva, precisamente a través del estudio del lenguaje centrado en la Teoría de las Catástrofes.

  Valdría recordar, llegado a este punto, los planteamientos de Gerald A. Sanders (1980) sobre la crítica que se hace a la investigación y explicación lingüística contemporáneas: aquella que se opone a la idea de que no puede haber grandes progresos en la investigación lingüística sino es bajo la supeditación a otras disciplinas (por ejemplo, la psicología cognitiva). No queremos decir con esto que apoyamos criterios reduccionistas para estudiar fenómenos del lenguaje; lo que planteamos, como Sanders, es que la lingüística está llamada a analizar con detenimiento sus propios niveles de explicación antes de darlos por agotados e infranqueables.


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

COHEN, D. (1980). Explicación del fenómeno lingüístico. (Introducción de G. A. Sanders)
México: Trillas.

BERNÁRDEZ, E. (1995). Teoría y epistemología del texto. Madrid: Cátedra.